‘’[E]l acto de ver un paisaje es el de descubrir una dimensión superior en el territorio. El paisaje es así la suma de un todo ecológico, histórico y geográfico y otro todo interpretativo.’’
El puesto de la cultura en el paisaje. Eduardo Martínez de Pisón. Treballs de la Societat
Catalana de Geografia, núm. 84, desembre 2017, p. 37-49.
Hay artistas que consideran el paisaje como su principal género artístico y se vuelcan en representarlo mediante diversos medios. De manera muy frecuente, tanto la pintura como l fotografía reflejan el paisaje, pero en el caso del ámbito pictórico, tiende a mostrarse en estilos muy variados y normalmente herederos de la tradición artística, como el realismo o el postimpresionismo. Con todo, la idea que hace converger a casi cualquier pintura de esta clase es la misma: representar un paisaje. Debe quedar claro que el paisaje siempre tiene de manera predeterminada una carga cultural, puesto que el propio concepto paisaje significa que ya no forma parte únicamente de la naturaleza: está identificado y ordenado según nuestro conocimiento; así aparece civilizado. Aparte de que no es visto solamente como un territorio con el objetivo de ser explotado por sus recursos, sino que se trata de una entidad trascendental, con valores ecológicos, históricos, geográficos e interpretativos, siguiendo al geógrafo Eduardo Martínez de Pisón. Respecto a los valores interpretativos, es habitual que tengan que ver con el ámbito estético, pero también afectivo; muchos paisajes se recuerdan y aprecian por el cariño que se les tiene, aunque lo más seguro es que algunos también espanten precisamente por esta razón. De estas cuestiones depende su representación plástica, pues si un paisaje no es aprehendido, teóricamente no tiene la suficiente importancia como para ser pintado. Y la forma en la que se pinte igualmente depende de cómo lo observa el y la artista.
La pintura de paisajes de Marcela Jardón (Buenos Aires, 1964) explora una faceta diferente dentro de los valores interpretativos en torno al paisaje que cita el geógrafo Martínez de Pisón. Concibe la paisajística como un todo que va más allá de lo aparencial, de lo visible. Pues sin el sentido de la vista parecería, al menos hipotéticamente, imposible llegar a la concepción artística de un paisaje concreto —lo único viable sería, como opción más o menos extrema, crear un paisaje gracias a la reconstrucción que alguien nos facilite, impregnada de su subjetividad—. De hecho, Martínez de Pisón afirma que se trata del ‘’acto de ver un paisaje’’, por lo que, a priori, hace falta la toma de contacto óptica para ‘’descubrir una dimensión superior en el territorio’’.
Sin embargo, Jardón, especialmente en su serie Paisajes Flotantes (Mapas Interdimensionales) se aventura considerando el paisaje como algo que no es necesario observar de primera mano ni tampoco conocer mediante imágenes o descripciones que sirvan para orientar nuestra imaginación. Piensa que el paisaje, independientemente de sus características, se encuentra en la profundidad de la psique humana, hasta tal punto de ser arquetipo —imagen primordial sin significado per se—. Por tanto, para la artista argentina afincada en Barcelona, el paisaje no es
solamente experiencial; también está el que reside en nuestro interior —al comienzo, inconscientemente—, el cual puede ser rescatado durante proceso artístico. A colación del arquetipo, explicó el psiquiatra Carl Gustav Jung lo siguiente: ‘’El arquetipo es un elemento formal, en sí vacío, que no es sino una facultas praeformandi, una posibilidad dada a priori de la forma de representación. No se heredan las representaciones sino las formas, que desde este punto de vista corresponden exactamente a los instintos, los cuales también están determinados formalmente’’ (Arquetipos e inconsciente colectivo de Carl Gustav Jung: obra completa de Carl Gustav Jung, 1970; las investigaciones de Arquetipos e inconsciente colectivo fueron gestadas originalmente en los años 1934-1954).
Por tanto, Jardón encuentra, mientras concibe y ejecuta sus obras, un hallazgo de sumo interés; fruto de la reflexión localiza en sus pensamientos el arquetipo de paisaje, sea del tipo que sea, y mediante la consciencia, la interacción con el medio, lo termina por revelar. De ahí que en ocasiones recree lugares que son desconocidos, ajenos, para ella, verbigracia, un panorama nevado, puesto que jamás ha estado en un lugar así ni recuerda haberlo visto en particular, negándose, por tanto, el ‘’acto de ver […] para descubrir’’. Sin embargo, le basta con saber qué clase de paisaje es para recrear su belleza albugínea y gelidez. La artista opina que en nuestro cerebro subyace un registro de cualquier imagen esencial —que tienda a ser familiar para el ser humano—, incluyendo de determinados tipos de paisaje. Estos ni siquiera atienden a una clasificación científica en particular, como cabría esperar de una imagen primordial y, por tanto, ancestral. Así que el registro solo permite que trasciendan sus componentes básicos, como el paisaje montañoso, desértico, nevado, costero o marino. Se trata de un paralelismo con la teoría del inconsciente colectivo de Jung, poblado en parte por los arquetipos, los cuales inicialmente no tienen contenido, sino forma, pero pueden manifestarse en la consciencia del individuo y servirle como patrón para guiar su realidad — viven en nuestra psique latentemente hasta ese momento, ya que los arquetipos se han ido incorporando y transmitiendo de generación en generación a lo largo de los milenios de la existencia humana—.
De este modo, la artista entiende que el paisaje como imagen primigenia deviene de la mente, pero no de la suya, sino de la heredada; de la colectiva, que es universal. Dado su germen inherente al mundo abstracto, de las ideas, sus paisajes pintados son igualmente en línea abstracta. Es inútil hacer un esfuerzo por recrear un lugar nunca visto, pues el paisaje interior, del arquetipo, está urdido desde sus inicios en el yo.
El proceso abstractivo para componer la obra pictórica surge de imaginarse un paisaje determinado y querer mostrarlo cómo lo que auténticamente es: una simplificación de una serie de imágenes reveladas y recreadas mentalmente, de arquetipos, interpretaciones y recuerdos entremezclados. Por el hecho de tratarse de la subjetividad exteriorizándose, Jardón rechaza cualquier asociación precisa a la forma del paisaje en el que ha pensado. No obstante, la pincelada tiende a marcar la línea del horizonte —no siempre; a veces, el color inunda cualquier opción para la forma manifiesta—, abocetada, a veces dispuesta de manera sutil o superficialmente errática, convirtiéndose entonces el propio trazo del pigmento en el eje formal.
La línea supone también la división cromática y nos hace percibir la sensación de profundidad casi infinita obtenida a través de mirar un paisaje. Si se observa la amplia cantidad de obra paisajística de Jardón, refiriéndonos a Paisajes Flotantes (Mapas Interdimensionales), es posible detectar variaciones importantes no solamente en la densidad y textura de la técnica, sino también en la manera de disponer los trazos para crear dicha materialidad. Las líneas son tan sugerentes que permiten asociarlas con texturas concretas de paisajes, como las creadas por el agua, la nieve, la arena o la tierra. El trabajo con las capas de pintura y las texturas es muy escogido; para la artista toda esta labor igualmente le recuerda al paso del tiempo representado mediante la hapticidad del pigmento. Se trata de una encarnación material y visible del pensamiento operante. Finalmente, los colores que utiliza la artista suelen tener una fuerte carga simbólica detrás, más allá de que remitan o no a coloraciones más veraces del paisaje recreado. El colorido es un aspecto más del universo artístico de Jardón, con el que finaliza el presente texto teórico-crítico acerca de su trabajo.
Marcela Jardón by Andrea García Casal, Art Historian and Critic. Translation by Kymm Coveney.
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