En los últimos años he trabajado el tema de lo urbano en algunas instalaciones y propuestas fotográficas buscando indicios de una identidad humana; en “marginal” me planteo que ocurre con los des-hechos humanos entendidos éstos como humanos denigrados. Que contextos afectivos, sociales, culturales, propician u obligan al nomadismo, la promiscuidad, la precariedad, la ilegalidad, la marginalidad. Que es lo que incita a la exclusión, pensando en los seres que por una u otra causa no pertenecen al sistema instaurado; en “territorios-cualquier ciudad” intento conocer algunos territorios afectivos, no delimitados por la geografía, la cultura, la política; en “memoria del caos” me he propuesto trabajar sobre algunos aspectos del “caos urbano” como el reconocimiento/borramiento de los límites, la invasión de territorios, los límites entre lo público y lo privado, la transgresión y la aceptación de reglas; y en “hay alguien ahí..?” investigo algunas cuestiones en relación al nomadismo, el desarraigo, el borramiento del otro, la soledad, la incomunicación, la mixtura (muchas veces adyacencia) entre la gente del lugar y la que está de paso, los lugares de tránsito, los lugares comunes, los lugares indefinidos, las “relaciones tangenciales” cuando cotidianamente no hay relación. No hay palabras, no hay mirada. No hay registro. Sólo aislamiento.
He observado algunos fenómenos, o rasgos comunes en varios sitios, básicamente ciudades, y creo que son producto de que los parámetros tradicionales “de la modernidad” se han movido, se han desdibujado, se han “combinado” entre sí y con otros, (conceptos tales como territorio, creencias y religión, género, sexualidad, estructuras sociales, familia, etc. se están redefiniendo).
Para la modernidad la identidad estaba determinada por la “cultura”, la geografía, la raza, la sexualidad, el género, la religión, la estructura social, etc. Pero en la posmodernidad, con el estallido de las redes informáticas, la “producción de realidad de los medios de comunicación”, la globalización de la economía, creo que quedamos al menos, desorientados, “dis-locados” como sujetos, y convertidos en objetos de consumo. Si la condición posmoderna de la cultura es lo difuso, lo “pluricultural”, tal vez la identidad podría ser pensada como la versión que se presenta de uno mismo a los otros y genera determinadas expectativas, ya no necesariamente determinadas por la cultura, la geografía, etc.
Marcela Jardón, Barcelona 2002
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